Eduardo Arroyo

Exposición

En esta nueva muestra retrospectiva, Eduardo Arroyo, uno de los grandes artistas españoles contemporáneos, muestra su trabajo de los diez últimos años. Una época de intensidad y creatividad imparable, y de extensión internacional de su obra. A lo largo de los treinta y un cuadros y veintidós esculturas que la integran, podemos seguir la evolución de este genial artista desde la gran exposición del Reina Sofía de 1998, a la última y reciente individual, Anónimos Sominona. El notable peso de la escultura es un dato muy significativo. Aunque siempre ha tentado a Arroyo, como consecuencia de su lucha pugilística con el cuadro –con el plano y la pintura– el salto al volumen, es en esta última década, quizás a partir de la instalación de su estudio de escultor en Robles de Laciana, cuando Arroyo se extiende en el trabajo de la piedra, en la intervención en esos cantos que tienen a veces aspecto de trouvés, para sacar de ellos, o añadirles, tanto da, la figura y la historia –el mito, el tótem– que necesita para contar una historia. Así, la serie del Unicornio de Laciana, o de la Novia de Muxivén, nos harían creer en un panteón propio, mítico y antiguo, enclavado en los Montes de León. Porque tanto la escultura como la pintura de Eduardo Arroyo son literarias, y esto es un elogio sin fisuras. Literario quiere decir que le interesan los contenidos, y que considera una obra cargada de significados. El artista se apropia de la tradición, de los mitos y los emblemas, para contar su propia historia, referida directa o de una manera ambigua al presente. Y lo hace con metáforas plásticas, siempre complejas, que han ido evolucionando temáticamente. Ahora serán historias europeas, desde los cuentos de hadas a la patrística, desde la mística a los iconos de masas, con unos leitmotiv muy precisos. Imágenes como palabras recurrentes, como preocupaciones recurrentes, que enlazan sin solución de continuidad con todo el núcleo metafórico de su obra anterior. La nueva serie Fantômas es un ejemplo de apropiación de un tema y también de soportes previos –cuadro sobre cuadros– enfrentados muchas veces a la manera más reconocible del pintor. Una exposición que nos muestra la vitalidad y profundidad de uno de nuestros artistas más universales. Y su reflexión necesaria, irrenunciable, que, como pide para el arte Gaston Bachelard, “inquieta sin tregua a la razón”.