Victoria Civera

Sueños inclinados

Exposición

Civera adentra el mundo en su caparazón, absorbe lo que le atrae y lo devuelve releído, modificado, digerido, meditado y cambiado. La conozco tantos años que creo que me puedo permitir enunciar estas afirmaciones, aunque algunas veces acertaré y otras, me equivocaré. En mi opinión, el diamante en bruto central de su obra es lo femenino: vulnerable, reservado, íntimo, escondido y ofrecido. Es pues femenina y no feminista, pero como esto último, sospecho que se movería entre Freud y Marx. Sabe que las políticas feministas repararon la imagen, asentaron a Freud como una interpretación y no como una verdad y sabe que en un mundo global las esferas sociales y económicas están reafirmándose problemáticamente. El capitalismo avanzado vive en un mundo espectacular, Civera lo sabe y su cambio de escala incluso tal vez esté basado en ello. Sin embargo ella siempre se vuelve hacia sí misma, como la única ancla que posee, profundamente emocional pero jamás teóricamente ilustrativa. Más que un proceso cómodo ha sido un proceso de magulladuras, pero de constante crecimiento. El mundo no nos deja solos y tampoco se lo pide Vicky, sea cual sea el grado de mímesis que su obra propone. La cuestión es ahora dónde la dejan las nuevas circunstancias de la vida global contemporánea o, más sucintamente, cómo se sitúa ella en medio de lo que no será una crisis a corto plazo, sino más bien una revolución geopolítica que resultará en extremos reajustes. Mi respuesta a esta pregunta – y sigo dando juego aquí a Marx y a Freud – estaría dentro de los parámetros críticos de lo que llamaríamos fetichismo de la comodidad. Vicky utiliza, disfruta y abusa de productos actuales, de esos objetos que te seducen y recoges por la calle, de los retales de alguna mercería, o de los materiales industriales. El fetichismo marxista es una cuestión de inscripción, que cuestiona cómo se otorga el símbolo del valor a una comodidad, mientras que el fetichismo freudiano surge como una inscripción fantasmal, otorgando excesivo valor a aquellos objetos que se consideran sin valor alguno: tacones, cinturones, artículos de moda, pequeños objetos, notas, recipientes cerrados. El suyo es un mundo onírico, con ocasionales toques surrealistas; es privado, envuelve los rituales y las sorpresas del estudio y se nos aproxima con una sonrisa cauta. Sus obras viven cerca unas de otras, en una tranquila conversación sin fin y nos reclaman que estemos atentos, y seamos sensibles al detalle, a los registros menores de la imaginación – y no digo menores porque sean menos relevantes, sino porque optan por la sutilidad de la moderación. Los fetichismos crean construcciones sociales y sexuales en términos inflexibles que perturban la psique social o sexual. Civera explora estas sensaciones. La exposición reúne objetos, instalaciones, dibujos y pinturas. Muestra tanto su amplia obra como su coherencia. En cierto modo se podría ver como un paseo por un jardín fantástico hedonista habitado por objetos frágiles, discretos o sexualmente explícitos, acompañados por una serie de suaves secretos que nos llevan a un nivel superior; un nivel donde las series de dibujos hacen de piedra angular de su poética, un lenguaje alarmantemente personal y repleto de matices. Estas obras atraen nuestra mirada, pero también dejan un curioso sabor: un punzante tañido.