José Villa

Exposición

La reacción de los sentidos de los espectadores es lo que busca el escultor cubano: todo su trabajo artístico se fundamenta en el dominio de los medios del oficio y pretende estimular el sentimiento y las ideas del público, su encantamiento, a través de la organización sabia y sutil de las sensaciones. Villa piensa en imágenes y a través de la técnica de ejecución. La sensorialidad latina como sustancia de esta muestra de trece esculturas en espiral que constituyen uno de los puntos de máxima llegada del arte cubano. La escultura de Villa está para ser gozada; cuando construye fuentes públicas, monumentos en el Palacio de Pioneros o en el cementerio de La Habana, columnas de automóviles aplastados en Ciudad Juárez o ruedas de metal con escaleras de piedra en la Universidad Politécnica de Valencia, monumentos a José Martí en el Paseo de La Habana madrileño para que choquen los coches en El día de la bestia (Alex de la Iglesia, 1995). También cuando hace trece espirales para que gocemos en el IVAM, éstas cualifican con su belleza formal, con su imponente y misteriosa presencia material, el paisaje ciudadano, la sala de exposiciones, el jardín público o privado, constituyéndose inmediatamente en aspectos suyos. Por una parte como objeto de contemplación interesada, de goce sensorial en la mirada detenida y anhelante de sus formas, y por otra parte como elemento constitutivo del mobiliario urbano o privado, equiparándose entonces en su objetualidad, diferenciadamente, a los árboles, los otros elementos de la casa, las vallas publicitarias, los edificios, las paredes del hogar o los automóviles que transitan las calzadas. Cuando Jorge Luis Borges retomaba la sentencia verlainiana argumentando  que la música y los estados de felicidad «…quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo…» parecía referirse a las espirales metálicas de José Villa, en las que las superficies lisas o patinadas del acero, las constantes vueltas hacia el interior o la impresión de retorcimiento concentrado del universo bordean el paso de los visitantes y los persiguen, generando un ambiente que parece querer anunciar «la inminencia de una revelación». Miles Davis (1926-1991), afirmó algo que resultaría hoy muy del agrado de nuestro escultor: La verdadera música es el silencio y todas las notas no hacen más que encuadrar ese silencio. La espirales de Villa, sonido congelado en el metal, materia organizada en líneas rectas que se retuercen sobre sí mismas, acero rompiente —de la misma estirpe que las armas manuales destinadas a segar la vida de quien se les enfrente— que hiende el espacio con sus volúmenes compactos para destrozarlo en una sucesión de interioridades perpetuas, encuadran el silencio del lugar vacío que rodean. Pero también señalan con su presencia la potencia de todo el aire que las circunda para cualificarlo como verdadero mutismo conformado en el tiempo de su recorrido, generando una dialéctica de preguntas materiales y respuestas vacías, de lugares para ser ocupados por el espectador en referencia permanente a los aceros concéntricos, de demandas abandonadas y contestaciones corpóreas que cualifican la sala del IVAM donde están ahora colocadas —como más tarde, cada una de ellas, definirá el espacio íntimo o público en el que se aloje— para conferirle una apariencia —y, consiguientemente, una esencia— reformulada en espiral, en rueda cuadrada, en acero.