Cristino de Vera

Esencia y fugacidad

Exposición

Durante cincuenta años Cristino de Vera ha realizado un impresionante trabajo como pintor, resultado de una admirable tenacidad, proyectada a lo largo de su trayectoria artística, en la que han quedado patentes sus dotes extraordinarias como artista, reconocidas por la crítica especializada. No es posible reflejar la historia canaria de la pintura sin que en ella existan varias páginas dedicadas a Cristino de Vera. Cristino de Vera (Santa Cruz de Tenerife, 1931) se ha paseado con soltura con muchos y variados canales artísticos que enhebran, con él y con su obra, el delgado hilo crucial del memento mori, lo que hace reconocer al contemplador de su pintura, no sólo innominadas huellas arqueológicas, sino referencias a las vanitas barrocas, a Böcklin o a Morandi. Su obra resulta, por tanto, un continuo recorrido atravesado por una obsesión macbethiana: la muerte. Y en torno a esta certeza se mueve todo un universo creativo que bebe de fuentes poco habituales. Su obra es el encuentro con la memoria vertical que nutre y habita en la creación artística, legado existencial que ha sabido rumiar con la silenciosa e intensa concentración de un místico. Es este un adjetivo que se le ha adjudicado con frecuencia ya que su trabajo nace de la austeridad y la poesía, y se sostiene en una iconografía muy personal que siempre conduce a una reflexión espiritual, y que pasa por la muerte como único trámite cierto e inevitable. Aunque bien es cierto que Cristino de Vera tuvo una primera etapa donde cultivó el paisaje y el dibujo, y sus inquietudes parecían caminar por otros senderos. Toda la dilatada trayectoria de Cristino de Vera, le asegura una concepción intemporal desde la que derrocha saber enciclopédico en sus argumentos tanto lírico-artísticos como verbales. Convive de manera natural con los grandes maestros del pensamiento de la historia universal y con sus experiencias mundanas realistas que han formado a un hombre rico de sentido y sentimiento. Cristino ha recibido múltiples galardones como la Medalla de Oro de las Bellas Artes y el Premio Nacional de Bellas Artes en 1998 en reconocimiento a su inmejorable carrera artística. En 1997 cedió gran parte de su obra al Gobierno de Canarias con la única condición de que ésta fuera expuesta para disfrute y conocimiento de todos los canarios y, de nuevo ahora, presenta muestras de su delicada generosidad donando al IVAM parte de su obra que podemos disfrutar en esta exposición. “Yo me siento discípulo de Cézanne, pero fue muy fuerte la impresión que me produjo la pintura de Zurbarán cuando la vi en el Prado”, afirma el pintor canario. Y es que parece que quedó asombrado por una metafísica de la luz, siempre misteriosa, que ha perseguido de manera consciente en toda su producción, llevando esa experiencia hasta sus extremos, alcanzado el silencio más absoluto: “muchos artistas tendemos a la armonía del silencio, que sólo llega con la muerte”, confiesa De Vera. Yo pienso que la obra de Cristino nos llena de luz.