Oteiza

Intimo y secreto

Exposición

El escultor vasco los lleva a su personal terreno militante, que se explicita en la identificiación del falo como, sobre todo, un ariete. Un ariete fundamentalmente ofensivo, pero también, en menor medida, defensivo, e, incluso, de estigmatizante jocosidad, esto último al hilo de sus cambiantes humores. Jorge Oteiza era impredecible, pasaba de la euforia a la melancolía con relativa facilidad, era apasionado hasta la médula, padeció muchas frustaciones, pero, en la medida de su genio, que era mucho, fue, sobre todo, un divino impaciente. Hombre  de ágora, y por tanto, predicador, estaba constantemente “a la que salta”, pensamiento y acción. Por otra parte, como ser infantil –categoría que que se acomoda al ser artista- daba alernativamente muestras de espontaneidad, ingenuidad y generosidad, que, según y cómo, se podían trasformar en recelo y resentimiento. En cierta manera, el mundo del arte, más que propiamente la vida, le mantuvo en una constante tensión defensiva, que periódicamente generaba explosiones. Muchos de estos rasgos se traslucen en su obra escrita y publicada, que es caudalosa, rica y compleja. Rica en información y plena de intuiciones fulgurantes. Podíamos preguntarnos si estos dibujos son eróticos o pornográficos o quizás solamente descarados, pero no por su motivación sexual, su descaro es de otra índole que nos inclina a calificarla como tribal. Aquellos por ejemplo en los que Oteiza se autorretrata de manera ciertamente caricaturesca armado, nunca mejor dicho con una descomunal “lanza en ristre”. Podríamos intuir una nostálgica evocación de los antiguos fetiches grecorromanos, procedentes de los ancestrales cultos dionisíacos, de explícita celebración. O antes aún si nos remontamos a la prehistoria tan importante para Oteiza. Pero su intención parece estar más cerca de la tradición goliardesca medieval o de su interpretación más moderna transformada por Rabelais en ese pandemónium de lo corporal como expresión de la feracidad instintiva humana y en cualquier caso donde se revela su concepción batalladora del falocentrismo es en las leyendas escritas con las que suele acompañar una buena parte de estos dibujos. Comentarios que subrayan, más que aclaran lo que estos dibujos representan, incluyendo la política artística, arremete con críticos conocidos o poderosos administradores del arte español, tanto los que se refiere a la política franquista como a las situaciones de la llamada transición democrática , donde se avivaron sus frustraciones  en relación con lo que entendía debía ser el presente y el futuro del país Vasco. Estos dibujos aunque revestidos de un tono desenfadado traslucen más rabia que humor y desde un punto de vista formal, demuestran no solo que es un escultor, sino que también a veces nos recuerdan los trazos de algún maestro que indudablemente admiraba como es Goya. Los dibujos eróticos de Oteiza son una pequeña parte del ingente caudal de anotaciones y bocetos que el artista hizo en cuadernos y hojas sueltas, donde predominan otros temas, la mayor parte de los cuales son, lógicamente, estrictamente artísticos.