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Colección del IVAM. XXV Aniversario

26 partir de la experiencia, la memoria, la tradición, así como de una amplia variedad de prácticas culturales, sociales y políticas. Este proceso debe ser pensado históricamente, es decir, a partir del sistema de relaciones que han definido los diferentes mundos culturales. Obviamente estos procesos no son autónomos. Por el contrario, operan dentro de un dinámico sistema de interdependencias, cuya lógica no es ajena a las relaciones de dominación que han regido las diferentes culturas. Foucault y E.W. Said, pero también Gayatri Spivak, Rey Chow o Homi Bhabha, entre otros, han mostrado el comportamiento de los mundos simbólicos en conflicto. Para estos análisis es necesario que afirmemos nuestras densas particularidades, nuestras diferencias, tanto las vividas como las imaginadas. La plural y siempre importante reflexión de la perspectiva postcolonial -tal como ha sido desarrollada por comparativistas y teóricos de la cultura - ha abierto nuevas direcciones de interpretación a cuya luz las relaciones de interdependencia son estructuralmente fundamentales a la hora de definir los diferentes universos culturales, que anteriormente eran considerados autónomos. Desde este punto de vista, toda cultura debe ser entendida como la producción incompleta de significado y valor. La cultura se extiende así para crear una textualidad simbólica que como anota Homi K. Bhabha en Nation and Narration, todo orden simbólico postula. Todas estas ideas son la base de un posible punto de partida para repensar el proyecto y las formas del arte. Uno y otro se asoman hoy al emerger de un nuevo cuerpo social que emerge en las sociedades contemporáneas arrastrando consigo todos los problemas antropológicos y políticos del reconocimiento. Es una situación nueva, de creciente complejidad que se nos presenta con la exigencia de un debate abierto que ayude a plantear las nuevas geografías de lo social. Toca al arte y a la cultura del proyecto trazar la cartografía de ese nuevo mundo, es decir, construir los mapas y conceptos que permitan pensar las sociedades contemporáneas en su complejidad global. Pero el trabajo del arte se orienta a los diferentes campos de la experiencia, interviene sobre sus dimensiones simbólicas, desciende a los intersticios de una experiencia que busca un reconocimiento, o se aventura a recorrer la experiencia del límite que acompaña siempre la condición humana, llas ilusiones que llevaron a hablar de “el final de la historia”. Todo había concluido y había llegado el momento de celebrar el final de viaje, coronado por el triunfo del Capitalismo liberal, como forma y método de organización del mundo. A este fácil e ingenuo optimismo no le secundó el sistema del arte, prefirió situarse al margen y decidir aquellas estrategias que le permitieran hacer suyos los grandes problemas del mundo, entendidos en su dimensión más cosmopolita. Desde entonces se puede decir que es difícil intentar construir la agenda de estos problemas sin hacer referencia al trabajo del arte. En él se han ido registrando de una y otra forma todas aquellas situaciones que desde la emergencia constituían la voz de los nuevos conflictos. Bastaría recordar algunas citas de aquellos años. Pienso en la Bienal del Whitney de 1993, en Rites of passage de 1995 o en la Biennale de Venezia de 1996 que volvía a plantear desde presupuestos críticos la frontera entre Identità e Alterità que ya desde antes constituía uno de los ejes estratégicos del mundo del arte. Todos ellos son momentos en los que se representa ese giro ético que el arte ha hecho a la hora de pensar su relación con la cultura y el mundo en el que se inscribe. Igualmente el giro afectará a la orientación de las formas de la crítica, forzada ahora a abandonar el espacio neutral de los análisis formalistas, derivados de una tradición lingüística que negó los contextos, para inscribirse ahora en una perspectiva en la que la complejidad de los hechos culturales volvía a dominar la lectura e interpretación de la obra de arte. Esta ya no volverá a pensarse autónomamente, sino como un hecho cultural, inscrito en el sistema de relaciones que atraviesa toda cultura. Un debate que adquiere particular relevancia en los últimos años y que incide igualmente en las ideas y estrategias que deben regir y orientar la institución del arte. En este sentido es bien curioso observar cómo el problema de la identidad se ha convertido en una de las cuestiones centrales del debate contemporáneo. Las diferentes tradiciones críticas que más eficazmente han colaborado a definir el problema han hecho posible un tipo de análisis que abarca tanto su perspectiva histórica como sus implicaciones políticas. Para unas y otras resulta claro que las supuestas identidades culturales nunca son algo que venga dado, sino que se construyen colectivamente a


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